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Para muchos, el 2016 fue un año de emociones extremas. Escándalos políticos, tragedias nacionales y mundiales, luto en el entretenimiento. En mi caso, tuve pruebas personales que me pusieron la tristeza, la nostalgia y la angustia.
Cuando me di cuenta de que la vida se puede ir en un instante, sentí la necesidad de correr de nuevo a Lima para vivir con mi familia. Valoré los momentos plenos que viví en sus matrimonios, les repetí a mis hijos mil veces la importancia de los hermanos y la suerte que tienen de tenerse uno al otro; agradecí los momentos con ellos y les agradeceré toda la vida el tenerlos en mi vida. Miré a mi madre con ternura, con orgullo y con emoción al ver su entrega eterna a sus hijos. Me emocioné con sus palabras y con su testimonio de vida.
Fortalecí el amor hacia mis abuelos, su ejemplo de amor eterno dio como resultado una gran parte de mí. Son la razón por la que mi respeto hacia Siria y todo el Medio Oriente se convirtió en frustración y decepción cuando vi que en el mundo más puede el poder, más importa el ego que la vida de miles de seres humanos.
Y frente a ese dolor, aprendí que los hijos tienen la capacidad de sacarte fuerzas de donde no te imaginas, que el “doy la vida por mis hijos” no es una simple oración, sino que la puedes llevar a la práctica un millón de veces si es necesario. Me convencí de que el cansancio es solo un estado mental, que siempre hay tiempo cuando te organizas y que el “no se puede” es para mediocres.
Por eso abrí los ojos, le di más crédito a mi instinto. Le abrí las puertas a mis ideas en el teatro y la televisión y las ejecuté con la gente que creo que vale la pena. Descubrí quiénes eran mis buenos amigos y quiénes solo decían que lo eran. Me rebelé ante la hipocresía y fui más yo, sin poses, sin sonrisas falsas.
Volví a creer, porque me enamoré y me enamoro todos los días, este año me reencontré con el amor verdadero. Con ese que escucha, acompaña y está ahí para decirte lo que quieres oír y también lo que no.
Eso es lo que hace el fuego: depura. Eso es lo que hace una sacudida: deja en pie a quienes saben resistirla. Frente a la fragilidad de la vida, valorar el tiempo que dedicas a quienes amas. Y cuando parece que no queda nadie en quién confiar, cree en ti misma y no pierdas la esperanza. Eso te deja lista para lo que venga.