estar a favor del aborto, es simplemente mirar un poco más allá de mi realidad. Es salir de la burbuja. Es dejar de pensar que eres el centro del universo. Es ponerse en los zapatos del otro. Es humanizarse, es respetar. Es nuestro derecho. Sí, así es. Nadie en su sano juicio puede estar a favor del aborto, mucho menos desearlo ¿o de verdad creen que sí? No he conocido ni sabido de al menos una mujer que haya ido a abortar feliz, y dudo mucho que llegue a pasar porque los que nos critican sin sentido no terminan de entender que no es precisamente el paseo soñado a Disney o un tour de ensueño a Europa. Mucho menos una experiencia para fotografiar y compartir.
Y lo digo con conocimiento de causa. Sí, es momento de contarles algo: antes de que nazca Ellie tuve tres abortos espontáneos, y un cuarto en el que tuve que someterme a un legrado a los cinco meses de embarazo. Eran gemelos. Uno estaba ya sin vida y el otro a punto de morir. Duro, ¿no? Fue la peor y más fuerte experiencia de mi vida. Fue, también, la primera y única vez que necesité anti depresivos para salir del hueco… Lo cuento hoy porque ya lo superé. Me pongo de ejemplo porque mi historia es apenas una en un millón. Yo pude pagar un doctor, una clínica y todos los chequeos médicos, pude decidir y someterme a un aborto porque mi vida corría peligro. Lo hice y no me arrepiento, fue una decisión dificilísima, pero fue mía y mi decisión fue respetada.
Yo no había sido violada, tampoco maltratada. Ahora intenten verse a ustedes mismas, señoras de vidas perfectas, viviendo en la pobreza absoluta y siendo sistemáticamente violadas por su tío, abuelo, padre, padrastro, primo o quien sea de su círculo de confianza. Imagínense además quedar embarazada producto de esa violación. Visualícense llenas de temores, miedos (porque cuando una mujer es violada no denuncia inmediatamente) y, sobre todo, sin deseos de continuar con ese embarazo. Como si fuera poco, imagínense sin la posibilidad de asistir a un centro médico con las condiciones aptas para poder abortar con seguridad. Visualícense yendo a insalubres centros clandestinos donde saben que tendrán altas posibilidades de morir.
No son pocas las mujeres que pasan por esto. En Argentina son alrededor de 40 mil al año las que corren el enorme riesgo de morir en la clandestinidad y acá las cifras también asustan. Según la investigación ‘Hablar de Aborto con Todas las Letras’ del portal comunitario Wambra –ganador del prestigioso Premio de Periodismo Eugenio Espejo en 2018-, el cual cita datos del Ministerio de Salud Pública (MSP) y del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) del Ecuador, 61 mujeres abortan en el país cada día, de las que 26 son niñas, adolescentes y jóvenes menores de 24 años. “En el lapso de nueve años, entre 2009 y 2017, se registraron 109696 abortos (aborto espontáneo, aborto médico, otro aborto y aborto no especificado)”, precisa el reporte.
Es una realidad. Una situación que seguramente no nos toca directamente pero que sin embargo existe, y que al percibirla y pensarla tan tan lejana a nosotros nos enceguece y deshumaniza por completo. Las mujeres muertas están ahí. Las estadísticas también. Querer mirar a otro lado no es más que mentirse.
Por eso estoy a favor de los derechos de las miles de mujeres que no solo deben sobrevivir a una violación sino que, además, son víctimas de un Estado que no las protege, que las revictimiza. De una sociedad que las juzga. Porque claro, es muy fácil emitir un comentario ignorando la realidad –o aún peor minimizándola- desde la comodidad y seguridad de tu casa, de tu banco, de tu iglesia o de tu empresa.
“Acompañamiento” dicen algunos que es la solución. ¿Acompañamiento de qué? ¿Por qué debería someterme a un acompañamiento si no quiero tener un hijo de mi violador? ¿Por qué debo irme presa si no quiero continuar con un embarazo? ¿Por qué debo aceptar que el Estado tenga soberanía de mi cuerpo? Me pregunto si todos aquellos que señalan de “asesinas” a las mujeres que deben abortar en esas condiciones seguirían haciéndolo si una de sus hijas, hermanas, esposas, primas, sobrinas, ahijadas fueran violadas y producto de esa violación salieran embarazadas… ¿Las señalarían? ¿Las denunciarían? ¿Las mandarían presas? ¿Estarían de acuerdo con que un Estado indolente las juzgue por ser víctimas de un delito cometido por otro?
Empatía es lo que nos falta a todos. Ponernos en el lugar del otro. Respetar desde todo punto de vista la soberanía de mi cuerpo y la soberanía del cuerpo del otro. No podemos solo mirar hasta donde llegan nuestras narices, no podemos vivir en una burbuja insensible porque. No podemos seguir siendo tan inhumanos.