Hablar de la maternidad está de moda y, aunque no suelo seguirlas, voy a aprovechar el momento para contarles un poco sobre cómo han sido estos últimos diez años de mi vida en los que la he experimentado. No les mentiré: ha sido un camino a veces duro, en ocasiones triste, a ratos desesperante, con muchos momentos de felicidad pero también otros tantos de frustración. Como ya les he contado, decidí ser madre y para ello tuve que programarlo, tuve que acudir a diferentes métodos para lograrlo. Ambos embarazos fueron buscados. Experimenté cinco abortos de los que cuatro fueron espontáneos, mientras que en el quinto tomé la decisión de hacerlo porque mi vida corría peligro. No me arrepiento. Y sí, dolió y mucho como lo conté en mi último texto, fue una de las experiencias más dolorosas de mi vida.
Es por eso mismo que no comprendo a los eruditos de las redes sociales cuando aseguran que si se llegara a despenalizar el aborto por violación las mujeres irán a abortar como si de un deporte o una salida con amigas se tratara, como si abortar fuera tan sencillo como pintarse las canas, como que nos gustara que invadan nuestro cuerpo, como si entrar a un quirófano (las que tenemos suerte) fuera un momento de extrema felicidad, como si no murieran cientos de mujeres en las clandestinidad…
Soy madre de Ellie y Nabil y me encanta, siempre lo digo. Disfruto a mis hijos y me complementan la vida. No vivo para ellos, vivo con ellos que es muy distinto, ya que soy mujer antes que madre y así ha sido desde siempre. Me explico: no me gusta y no creo que la maternidad sea sinónimo de sacrificio, no considero que ser mamá deba ser una limitante. Todo lo que deseo lo hago con amor, sin privarme de algo por hacer lo otro. En Ecuador y gran parte del mundo aún nos siguen ‘enseñando’ que quienes optamos por la maternidad debemos sacrificarnos, que tenemos que hacer tal o cual cosa, que tenemos que hacer “lo que sea” por los hijos, yo no pienso así.
Mi primera experiencia en ese sentido fue la lactancia. No tuve leche y admiro a las mujeres que sí. Al principio me frustré, luego simplemente lo dejé. Mis hijos no lactaron, son felices, sanos y maravillosos. Tenemos además una gran relación así que eso de que si no amamantas no hay conexión es falso. Otra etapa fue la del maternal. No me sentía bien todo el día en casa, no quería estar ahí y según mi raciocinio los niños deben estar con los niños, así que los llevé al maternal cuando eran muy chiquitos y los dos son seres sociables y llenos de amor. Así que eso de estar pegada a los hijos todo el día tampoco es para mí algo que te de puntos para ser la madre símbolo del año.
Creo firmemente que los hijos deben vivir la realidad, y si esa realidad era y es tener una mama trabajadora pues ellos fueron los sorteados. Aprendí también a no esconderles realidades, a vivir con la verdad. Con ellos y por ellos reflexioné y tomé la decisión de divorciarme y ser feliz, porque ya no lo era y no quería que mis hijos vieran y vivieran con una mujer frustrada a su lado.
La maternidad ha sido una montaña rusa. Nunca estás lista para lo que viene, nadie te enseña nada y absolutamente nadie tiene la receta para ser buen padre. Con Nabil he vivido los momentos más duros y me ha puesto a prueba en todo sentido, pero también me he descubierto, sacado fortaleza de donde no he tenido, y me he dado cuenta que si debo de pelear con el mismísimo diablo por mis hijos también lo haría. Ser madre se debate entre la razón y la sin razón. Somos racionales para muchas cosas e impulsivas para otras. Mis hijos han sido mis maestros y lo seguirán siendo, los veo y creo que las mejores decisiones de mi vida las he tomado gracias al impulso de ellos.
Sí, hay días en que estoy muy cansada, que no los quiero ver ni en foto, que me frustro porque me cuestiono mil cosas… Pero también hay otros en que la necesidad de verlos me lleva a casa mucho más temprano, que los abrazos alimentan mis mañanas y sus sonrisas son necesarias para mis días. Pero al final, sea lo que sea, esta montaña rusa no es para todas, no todas quieren ser mamás y no todas tienen que serlo. No, y no está mal. No tiene nada de malo no querer ser madre, lo único malo es que te obliguen a serlo.