No sé si esté bien llamarlo así pero en las últimas semanas padecí de una larga sequía creativa, de falta de inspiración. La verdad, creo que me asquee. Y lo digo con sinceridad. No estoy muy segura de cómo empezó pero cuando me di cuenta ya no sabía cómo ni qué escribirles, quizá porque sentía y siento mucho odio a mi alrededor, sobre todo en los social media. ¿Les ha pasado que se meten en sus redes sociales y sienten que lo que encuentran y leen les afecta directamente? Bueno, eso es exactamente lo que me está pasando. Leo tanta mierda que a ratos siento que me salpica. Estoy realmente harta de tanto odio, intolerancia, irrespeto, ofensas, insultos…
Lo he escrito muchas veces pero quizá son muy pocos los que comprenden la esencia cuando lo digo. Y es que en este espacio no busco que estén de acuerdo conmigo, solo espero el mismo respeto que yo doy a los demás. Tengo amigas, familiares y mucha gente alrededor que piensa distinto a mí y sin embargo podemos conversar, discutir y seguir estando en desacuerdo porque eso no altera la vida de ninguno.
Lo que no tolero es a aquellos oportunistas que creen poseer la verdad absoluta en sus torpes palabras. Detesto a los mentirosos, a esos que engañan solo para maquillar sus opiniones, para tratar de disfrazar sus verdaderos argumentos. Creo firmemente que deberíamos vivir más en la aceptación y menos en la controversia. Demostrar mayor respeto por el otro y un menor juzgamiento a lo que no tendría que importarnos.
Luego de la tan esperada aprobación del matrimonio igualitario sentí una profunda y genuina alegría porque no miento ni exagero cuando digo que soy una mujer convencida de que el mundo necesita más amor, menos odio, y que tenemos todos la ineludible obligación de respetarnos como seres vivos que somos.
Me generó una gran felicidad el saber que Ecuador se convertía en un país inclusivo y, a partir de ese día –y para mí, por supuesto-, más igualitario. Pero también me provocó un profundo dolor las máscaras que se quitaron varias personas ese día. El odio reprimido, el argumento vacío y sin sustento. La intolerancia absoluta basada en argumentos religiosos que nada tienen que ver con el tema. Enunciados nauseabundos llenos de odio: “respeto a los gays, no tengo nada en contra de ellos, pero…”, “tengo miles de amigos gays y los amo, quiero que sean felices, pero no estoy de acuerdo…”. Pero, pero, pero…
Insisto, cuando le ponemos un “pero” a la felicidad del otro ya no es un deseo auténtico. Cuando se condiciona la felicidad ya no puede llamarse así. El amor no condiciona y, no obstante, leí a cientos de ‘cristianos’ utilizando la palabra “Dios” como cliché, como si hablar de Él fuera igual que hablar de un papel… Que Dios no acepta, que Dios lo ve mal, que Dios lo aborrece. Un asco absoluto. Mi Dios es de amor y estoy segura que está feliz de que existan familias homosexuales, heterosexuales, disfuncionales o como lo quieran llamar. Dios es feliz donde existe el amor.
Y luego, como si fuera poco, ocurrió el accidente de Katherine y David. Fue un momento terrible para muchos de los que estamos cerca de ellos, y fue un evento que me hizo palpar nuevamente la miseria de la gente. Vi, leí y escuché como muchos seres humanos inventaban deliberadamente información con tal de tener una ‘exclusiva’ o un ‘like’ más. Como lucraban con la desgracia y el dolor ajeno. Todo un asco, una verdadera mierda, morbo del peor que se pueda imaginar.
Fue entonces que colapsé y me volví hater. Me volví hater de todos, hasta de mi misma. Pero afortunadamente lo racionalicé, me senté, respiré y acá estoy nuevamente, escribiéndoles todo lo que he sentido estos días y el porqué de mi ausencia, deseando que toda la inmundicia que me asqueó termine pronto.