Quiero dejar claro que este texto está dedicado a mis hijos, pero no será un escrito en el que hable de ellos, sino más bien de mi forma de criarlos.
Por mi posición frente a ciertos políticos y a ciertas discusiones sociales he recibido toda clase de comentarios, unos más agresivos que otros. Tras leer las opiniones sobre mi escrito Somos iguales, no podía dejar de pensar en mis hijos y en la sociedad en la que viven. Una sociedad cuya ignorancia nos lleva a creer en todo lo que nos dice el personaje de moda, el político de turno, el pastor/sacerdote/coach o como quieran llamarlo. Por eso obligo a mis hijos a pensar. Sí, ese hábito que se nos hace cada vez más difícil.
Cuando leía que la gente intolerante me llamaba “meca, hija de Satanás, seguro eres lesbiana y no sabes como salir del closet”, como si fuese un insulto, como si me afectara en algo, pensé sobre todo en Ellie. Recordé cuando hace dos semanas, al llegar de su catequesis, me preguntó qué significaba la palabra “gay”. Mi respuesta fue: “una persona que tiene una orientación sexual diferente a la nuestra, es decir, los hombres a quienes les gustan otros hombres y mujeres a quienes les gustan las mujeres”. Luego de segundos de silencio, su siguiente pregunta fue: “¿ Y eso está bien?” Y mi respuesta fue sí…
Sepan que si yo fuese lesbiana lo diría y se lo diría a mis hijos. Pero aunque no lo soy es mi responsabilidad y mi decisión educarlos con una mente libre. Por eso le dije a Ellie que todos tenemos el derecho de decidir lo que queremos hacer con nuestra vida, sin que eso nos haga buenos o malos. Los gays no le hacen daño a nadie, simplemente aman igual que todos. “Tú, por ejemplo, decidiste ir a catequesis y tú sabes que yo no creo en la Iglesia. Pero te respeto, y quiero que hagas lo que te haga feliz. Nosotros tenemos que respetar las decisiones de los demás”, continué.
Su mirada y su sonrisa me dio alivio. Pero lo que me dijo después me dio esperanza.
-“Mamá, tú crees en Dios y no en la Iglesia, eso lo sé, y también sé que no podemos juzgar a nadie ni por cómo se ve ni por lo que le gusta”.
Yo les enseño a sacar sus conclusiones, a tomar lo que les haga bien y a no utilizar para sus vidas teorías con las que no están de acuerdo. A mis hijos les pido respetar a los sacerdotes, a los catequistas, pero ellos saben que nadie tiene la única verdad, ni siquiera yo. Espero que la experiencia los haga justos e íntegros, pero sobre todo respetuosos.
Y si Ellie que tiene nueve años entiende tan bien lo que es el respeto, me pregunto cómo los adultos no aprenden todavía a respetar a los demás. Lo único que me queda claro es que hay seres humanos disfrazados de humanos. Que no entienden de libertad ni de derechos, que se aferran a un libro que ha sido responsable de las más grandes divisiones del mundo.
Yo prefiero enseñar con mis acciones. Les enseño el mundo a través de la vida real, los saco de la burbuja en la que muchos meten a sus hijos. Escuchamos reguetón, salsa, baladas, rock en inglés y música clásica. Los llevo al teatro, al cine, al circo, al parque más sencillo, para que vivan la realidad en lugar de que alguien se las cuente.
A veces les compro cosas y nos vamos de vacaciones. Hay fines de semana para la playa y otros para trabajar. Pero siempre se disfruta.
No hay televisores en sus cuartos, porque los momentos con uno mismo son tan importantes como los de la sobremesa. Contesto sus preguntas, nos manchamos la ropa con témpera o harina porque esos momentos no vuelven. Tienen su tiempo a solas y saben que, a veces, mamá quiere estar sola. Conocen que su mamá trabaja porque le gusta y no solo porque lo tiene que hacer, saben dónde trabaja, quiénes son sus amigos, cómo piensa y en qué cree.
Mis hijos saben diferenciar lo que está bien de lo que está mal, pero no porque alguien lo dice sino porque conocen las consecuencias. Ellos aprecian a las personas diferentes y hay algunos en su entorno que los inspiran.
No tengo la fórmula de la maternidad perfecta, pero sé que si quiero darle humanos tolerantes a este mundo debo empezar con el ejemplo. Seguro me he equivocado, y lo seguiré haciendo, pero cuando me enfrento a tanto odio en las redes los miro y me calmo… y no presumo de lo que hayan aprendido en la escuela, pero me siento muy orgullosa de que mis hijos tienen un corazón noble y una mente libre.