Apoyé y me sumé a la lucha de Andrea Fiallos el pasado fin de semana porque, pese a los últimos acontecimientos, sigo sosteniendo que una madre tiene derecho a ver a sus hijos y, sobre todo, los niños no tienen por qué ser impedidos de estar con su madre. Al igual que un padre tiene el mismo derecho de estar con ellos y compartir tiempo a su lado. Y no, no me arrepiento de haberlo hecho. Lo haría nuevamente si ocurriera una situación similar con otra mujer u hombre, lo cual lamentablemente no es una realidad extraña en el país ya que cientos de mujeres son privadas de ver a sus hijos por razones que nada tienen que ver con los niños.
Lamento profundamente que en pleno siglo XXI un hombre necesite decirle a su ex “puta” y enumerar los nombres de sus parejas para hacerla quedar mal. Es una conducta lamentable, absolutamente abominable, de una persona a la que claramente no le interesan en lo absoluto sus hijos. Si tuviera un mínimo de empatía con ellos –y ojo que digo “empatía” y no “simpatía”- pensaría por lo menos en su pequeña hija, que algún día se convertirá en mujer y ojalá no se encuentre con un hombre que la llame y señale de la misma manera que él a su madre.
Y es que en temas de divorcios es más usual de lo que parece que a las mujer se la quiera desacreditar con vileza y de varias maneras. “Puta”, “loca”, “mala madre”, “trabajadora en exceso”… Y son solo algunos pocos de los calificativos habituales que recibimos. También es normal que ambas partes inventen historias absolutamente increíbles para desacreditarse mutuamente en a lo largo del proceso. Es una realidad que no debería ser normalizada.
Es una realidad, también, que en este país la justicia está totalmente podrida… Que la Fiscalía actúe luego de diez meses de recibir denuncias, que una jueza que tiene 45 denuncias siga siendo jueza, que no se reciban las denuncias de la otra parte, que se acuse de abuso sexual tan ligeramente, que no se pueda confiar en la justicia ordinaria, son apenas unas pocas muestras de lo que ocurre a diario en los juzgados y tribunales ecuatorianos. Y, como si fuera poco, si no hubiera sido por la presión mediática no se lograba la revisión del caso.
Es una lástima que dos personas adultas se expongan así pero todavía más que expongan a sus hijos como lo han hecho, sin medir ni reparar en las consecuencias. No conozco a ninguno de los dos y no sé si uno sea mejor ser humano que el otro y, la verdad, ¡no me interesa! Lo que sí que me interesa es que nos unamos de la misma manera que lo hicimos para apoyar y juzgar a uno u otro para exigir un sistema judicial que garantice la estabilidad de los niños, que no sucumba ante las presiones políticas, económicas, sociales o mediáticas. Que se deba única e irrestrictamente a la verdad, como debe ser siempre.
Por último, me alegro que hoy los niños estén con los abuelos, no hay mejores brazos que los de ellos para cuidarlos y protegerlos en una situación como la que están viviendo y de la que no son más que inocentes víctimas. Y espero de corazón que se inicie una investigación profunda a ambas partes para determinar qué realmente es lo mejor para los niños y solo para los niños. Sin pasiones. Con la verdad. Mirando solo el bienestar de ellos.