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“Le rindes culto a tu cuerpo”, “tienes las prioridades cambiadas”, “te preocupas de cosas banales, de cosas que no son importantes”…Así me decían hace cuatro años, cuando me miraba al espejo y me rebelaba porque no me sentía a gusto con lo que veía.
Yo, como muchas, siempre pensaba que podía estar mejor, más linda, y sigo creyendo que es un derecho conquistado a medias.
¿Por qué está bien que las mujeres redecoremos la sala o el jardín, pero se nos cuestiona si queremos cambiar algo de nuestro cuerpo, sobre el que tenemos absoluta custodia y soberanía? Nos dicen ridículas, supuestamente por no aceptar la edad que tenemos.
Reconozco que una de las mejores décadas de mi vida ha sido esta, cuando pasé la frontera de los treinta. No soy perfecta, pero me siento plena profesional y personalmente y, sobre todo, me siento bien conmigo misma. Voy al gimnasio porque me gusta sentirme activa y no me da un ápice de vergüenza admitir que he tenido “mis ayuditas”. ¿Acaso eso significa que no reconozco la edad que tengo, o que huyo del paso del tiempo? No. Tengo 35 años y no lo digo en secreto como si fuera un pecado; ni con tristeza, como si lo hubiera perdido todo.
La edad no se pregunta con recelo ni se responde con vergüenza…dejemos de pensar que mientras más años tiene una mujer se devalúa, dejemos de sentir que ser joven es mejor y de añorar lo que se ha ido… Si con el paso de los años no te estás convirtiendo en una mejor versión de ti misma, en esa mujer que soñabas ser, nunca es tarde para corregir el camino.
Con esta idiotez retrógrada de no poderle preguntar a una mujer cuántos años tiene extendemos el machismo. Porque yo nunca he visto a un hombre que se sonroje cuando se le pregunta la edad, ni tampoco he percibido que se considere una falta de respeto hacerle esa pregunta. Parece que es mejor ser viejo que vieja, por aquello de la experiencia y la credibilidad; y cuando alguien quiere herirnos, nos da por ese lado, el de la inseguridad.
Pero nosotras alimentamos ese miedo a envejecer. Nos bajamos la edad, nos convencemos de que las jóvenes tienen más oportunidades. Una vez más no estamos mirando hacia adentro, sino hacia la generación que viene detrás. Esa presión que nos ponemos es la única ridiculez en este tema.
Tenemos derecho a que la vida pase por nuestros cuerpos y nuestros rostros sin ser tratadas como un mueble embodegado. Tenemos derecho a buscar sentirnos más cómodas en nuestra propia piel sin ser acusadas de superficiales. Vergüenza nunca más, ni de nuestros años, ni de nuestras cicatrices, ni de nuestras imperfecciones…son nuestra historia.
Hay cosas como una mirada triste, una sonrisa falsa o un corazón infeliz que no se borran ni con el cirujano más experto, ni con la resta más exacta.