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El Día de la Mujer nos llega cada año como una fecha impuesta. Por este día, muchos parecemos obligados a mirarnos y mirar a las mujeres de manera diferente, a recordar nuestros derechos y cuánto se luchó para conseguirlos, a alzar la voz por las injusticias y exponer nuestras opiniones sobre lo que nos quitan día a día. No pretendo ser aguafiestas, ni feminazi, ni reclamona… pero este es solo otro día para hablar sin medidas ni hechos concretos.
Este mismo año hemos visto en las noticias locales los asesinatos de madres delante de sus hijos, hemos escuchado a un senador europeo proponiendo que las mujeres ganen menos que los hombres y hemos saboreado la indignación por la condena que se le otorgó al director de un diario que le pegó a una mujer. Parece que ninguna marcha, ninguna ley, ninguna sanción fuese suficiente.
Seguimos siendo “la puta” si nos ponemos una falda corta para salir a bailar. Seguimos “provocando” intentos de violaciones por viajar solas. Leo en redes sociales que una mujer violada “sabía a lo que iba” cuando entró a un motel… ¿Cómo desaprender años de justificaciones machistas que disculpan al violador y condenan a las mujeres?
Esta sociedad contaminada de una doble moral sentencia a las mujeres audaces, a las que alzan la voz, a las que no se conforman y a las que disfrutan del sexo… porque la represión sexual es otra forma de machismo: las mujeres tenemos la libertad de elegir qué hacemos, con quién y dónde lo hacemos sin tener que dar explicaciones a nadie, sin tener que sentirnos marcadas de por vida. Nadie tiene el derecho de calificarnos por nuestras decisiones ni por las que tomamos en pareja.
También se juzga a la que posa con poca ropa, a la que decide tener una aventura de una noche, a la que va al motel, a la que viaja sola, a la que farrea con hombres. Se utiliza el rostro más machista de Dios y la religión para que las mujeres vivamos presas de un libreto establecido hace miles de años: el del sexo débil, el de la “aguantatodo” por sostener a la familia, porque para qué fuimos creadas sino es para ser el apoyo del hombre…
Esos dogmas peligrosos son repetidos por mujeres, principalmente, para atacar a otras mujeres. ¡Nos destruimos entre nosotras! Y desde la otra orilla, la del feminismo radical, también cometemos esos pecados: “¿cómo puedes llamarte feminista y cocinar para tu pareja?, ¿cómo puedes llamarte feminista y tener muchos hijos?, ¿cómo puedes llamarte feminista y posar en traje de baño?”.
Soy una «mala mujer» porque no me dejo, porque me sacudo las lágrimas y continúo. Porque no soy la flor del jardín de nadie, porque no soy sumisa ni frágil… soy tan estridente que mi presencia se nota tanto como mi ausencia.
Las mujeres podemos ser inteligentes y sensuales, independientes y sexuales, maternales y lesbianas, románticas y atrevidas, ganando lo mismo que gana un hombre, con acceso a las mismas oportunidades y libertades.
Hoy las invito a alzar la voz y a cuestionar a la sociedad, a nuestros jefes, a la religión, a la política y a lo que nos enseñaron nuestros padres. Pero sobre todo, pregúntense cómo nos expresamos sobre otras mujeres, con qué vara estamos midiendo a las que nos rodean, a las que vemos en la televisión y en las revistas. Eso nos puede dar pistas sobre lo que aún falta por hacer para que nuestras hijas y nietas puedan disfrutar cada marzo como mujeres libres.