Las religiones han traído división, discriminación y han sido causa de grandes conflictos mundiales. Prefiero creer en mí.
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Quiero que mis hijos crezcan en un país de oportunidades. Pero esas oportunidades no llegarán si vivo con miedo de emprender.
Tenemos tantos medios para expresarnos y tan pocos para escucharnos que somos expertos en monólogos y ya no podemos conversar.
Desde niñas aprendimos a poner el «yo» al último, a ser felices con la felicidad de otros. Hoy estoy aprendiendo a amarme sin culpa y a no esperar nada de nadie.
Las mujeres podemos ser inteligentes y sensuales, independientes y sexuales, maternales y lesbianas, románticas y atrevidas.
Lamento que aún en pleno siglo XXI existan seres humanos que vivan su vida pensando en el qué dirán. Eso refleja un enorme miedo a vivir libre.
¿Qué clase de ser humano es alguien que ofrece una mano desinteresada a quien la necesita y luego le exige retribuciones?
Nada será diferente en el país si seguimos aplaudiendo los discursos de los políticos y dejando solos a los periodistas valientes.
He sido «la extranjera» tres veces en mi vida. Por eso pienso en los migrantes que ahora son castigados por nacer en un país vetado.
La misma pasión que me ha acompañado durante mi vida laboral me ha jugado en contra.
Querer sentirnos más a gusto con nosotras mismas no es ninguna ridiculez. Lo ridículo es avergonzarnos de tener los años que tenemos, como si fuera un pecado, o decir nuestra edad con tristeza, como si lo hubiéramos perdido todo.
Un hombre golpea a una mujer y recibe una palmadita en la espalda de la justicia. ¿Por qué no nos indigna la violencia hasta que es demasiado tarde?