No me importaba el destino… solo me propuse viajar con mis hijos al menos una vez al año. Empecé el año anterior con Ellie, y tener un momento para nosotras, lejos de todo y de todos, fue una experiencia increíble.
Esos días fueron solo para nosotras. Frente al mar, descubrí que -al igual que yo- Ellie disfruta mirar el océano sin hablar. Confirmé que es tan aventurera como mamá, que no le dice que no a nada. Caminábamos de la mano, nos abrazábamos a cada rato, sin celos, sin apuros, teníamos tiempo y, sobre todo, nos teníamos la una a la otra. Sin planes, sin horarios.
Fue un reencuentro, y no porque no nos veamos nunca, sino porque el día a día y su velocidad nos quita el amor por las cosas sencillas, nos aleja de los detalles y convierte en algo genérico hasta a las conversaciones que una tiene con los hijos. Mientras paso mis días de reunión en reunión, ellos tienen sus propias obligaciones. A veces, apenas hablamos por teléfono durante el día. Otras, solo puedo cruzar dos palabras y un beso antes de dormir.
Por eso, este año me quedará grabado en la mente y en el corazón por la cara de Nabil cuando llegamos a Buenos Aires. El desafío era más grande, porque sabía con él, la actividad tenía que ser intensa, ya que Nabil -el más chiquito, el más pragmático- nunca se cansa.
Desde que le dije que lo iba a llevar a La Bombonera, Nabil no dejó de soñar y de hablar de ello. Quería entrar, sentir la cancha, ver las copas, ver a Tévez meter un gol, estar en un partido y mirar al jugador 30 (ese que su papá le decía que era joven y muy bueno). Quería ver a Boca meter goles. Y yo quería vivir con él ese sueño.
Me propuse estar completamente presente durante “la experiencia Boca”. Y, de inicio a fin, ese viaje fue mágico. A mí me fascina el fútbol, pero verlo con él fue una de las mejores experiencias en mi vida.
Perdí la cuenta de las veces que nos dijimos que nos amábamos, de agradecernos por el momento, de parar mientras caminábamos a tomarnos fotos, de vibrar esperando a que llegue el domingo para ir al estadio. Tuvimos conversaciones sinceras… yo le pedí perdón por cualquier cosa que en algún momento de sus siete años le haya hecho daño.
Le agradecí por ser mi hijo, comimos de la buena carne argentina y el día del partido todo lo que un día soñamos se hizo realidad. Aunque no lo crean, Boca no venía en buena racha, y ya me venían diciendo “ojalá el equipo gane”. Yo solo pedía que al menos meta un gol y que Tévez entre a la cancha.
Empezó el partido, y no solo Tévez metió el primer gol sino que, además, Boca ganó 5 a 1. El número 30 entró a jugar y Nabil se lo pudo decir a su papá por teléfono. El estadio estaba lleno, hicimos un tour por la cancha, entró al camerino, tocó las camisetas de los jugadores, abrazó las copas Libertadores y salió por el túnel del equipo. Nabil, más de una vez, verbalizó su emoción: “mamá, este es un sueño hecho realidad”. Para mí también, pensé.
Porque no importa si pueden ir a Argentina o al parque más cercano. Si trabajan tanto que solo pueden regalarse un miércoles por la tarde. Pero les pido que se den tiempo para escaparse con sus hijos, durante un día, una tarde. Conversen, jueguen, lloren, hablen. Esa conexión no la podrá romper nadie. Ese tiempo para amar no vuelve.