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Nos pasamos toda la vida o gran parte de ella gritando a los cuatro vientos que no nos importa el qué dirán, que podemos vivir sin necesitar a nadie porque la gente no nos mantiene, que ese grupo indefinible al que llamamos “la gente” es una masa envidiosa y egoísta. Lo decimos, pero pocas veces lo cumplimos.
Yo, a mis 35 años, admito que poco o nada me importa lo que la gente piense, crea o hable de mí. He llegado a una etapa de mi vida en la que estoy segura de que, cuando hago las cosas bien, me va bien y cuando no, sin que nadie me lo diga, me doy cuenta de que me equivoqué. Hoy cuento a mis amigas con los dedos de una mano y es a ellas a quienes recurro cuando necesito un consejo, porque he logrado identificar a las personas que solo dicen que te quieren, y a las que solo te quieren porque te necesitan.
Creo que mientras más tiempo perdemos pensando en el qué dirán, más infelices somos. No vivimos para nosotros, sino que adaptamos una vida que encaja con lo que le gusta a los demás. Es triste, pero real.
Soy de la época en la que el “dime con quién andas y te diré quién eres» era poderoso, pero me tocó una familia que me enseñó a tener los pies sobre la tierra y, gracias a ellos y a las pruebas de la vida, me di cuenta de que la gente puede decir o pensar mil cosas, pero no hay persona que te ayude a valorarte más que tú misma.
Una mentira repetida cien veces puede convertirse en verdad, pero la verdad siempre halla la forma de salir a la luz. Aunque los demás dibujen una versión de nosotras, lo que somos siempre sale a flote.
Por eso lamento profundamente que aún en pleno siglo XXI existan seres humanos que vivan su vida pensando en el qué dirán, qué pensarán o cómo me verán. Eso refleja un enorme miedo a vivir libre, porque vivir preso de los deseos de los demás nos provoca una tristeza que se desborda por los ojos. Es frustración garantizada.
Al final del camino quedan los momentos que vivimos, solos o acompañados, pero son momentos decididos por nosotros. Por eso quiero decirles hoy, sobre todo a las mujeres (que somos las más señaladas), olvídense del qué dirán, de la «sociedad» que tiene doble moral, porque muchos contradicen lo que dicen con lo que hacen. Esos dedos apuntando y juzgando a los demás como si fueran dueños de la verdad son dedos de falsos moralistas, que al final del día tienen vidas infelices. Se creen jueces y juezas de todo, pero son incapaces de darse cuenta de los errores que ellos cometen… los esconden, los justifican. Qué asco.
Para vencerlos, debemos dejar esa debilidad mental que nos expone ante ellos. Debemos ser más inteligentes y menos básicos, menos vacíos. Debemos ser más reales aunque incomode a todos, aunque seamos señalados, aunque nos asuste. Porque es mejor ser sinceros con nosotros mismos y ser felices, que vivir una vida diseñada por el qué dirán.