Así me he sentido estas últimas semanas. Vulnerable. Qué sensación más compleja, más para una mujer como yo, que a ratos cree que tiene todo bajo control, la que puede manejar lo que se le aparece en el camino, la que piensa que ya superó todo lo que vivió, pero que sin duda no lo ha hecho.
Vulnerable es la definición perfecta, porque además me desnuda por completo. Estos días me he escondido. Y es raro que escriba desde mi escondite, desde lo más íntimo. Sé que existe ese halo -que yo misma he construido- de fuerza, energía y dureza, pero no… No soy ni tan fuerte, ni tan débil, ni tan dura, ni tan blanda, simplemente soy lo que soy. Un ser humano vulnerable. Vulnerable al extremo de no poder controlar mi cuerpo. Yo, que siempre digo que no me enfermo, que para quedarme en la cama tiene que pasar algo “grave”, caí. Caí como cualquier otro ser humano del planeta, me di contra el piso y tuve que quedarme en la cama, llamar al médico, alejarme del mundo y respirar. Aceptar y tratar, en la medida de lo posible, de fluir.
Vulnerable al punto de llorar y no parar hasta sentir que ya lo había botado todo. Vulnerable sintiendo miedos, ansiedad y, a ratos, recordando a esa Catrina de hace años, la que no se podía mirar al espejo, la que se cuestionaba si era buena en lo que hacía, la Catrina que no estaba segura de qué hacer, la mujer con los miedos de hace nueve años.
Vulnerable hasta el extremo de desconectarme del mundo, de no atender ni llamadas ni mensajes (raro, muy raro en mí, los que me conocen sabrán por qué lo digo) y de decirle a mis amigos “hablemos la próxima semana”. ¿Y por qué escribo esto? Porque he entendido que es normal, porque así como me he sentido vulnerable, también me he dado el tiempo para analizar todo el panorama… lo he racionalizado. Aunque muchas de las cosas que se presentan están relacionadas con miedos del pasado, también tengo la claridad para aceptar que hay cosas que no puedo controlar, pero tampoco puedo permitir que me afecten. Una cosa es permitirse estar mal, otra es que la vulnerabilidad me gobierne.
Desde ahora me daré el tiempo para sentir, para llorar y sentirme mal, porque la vida es tan malditamente jodida, que no tiene sentido aparentar que todo está bien siempre, o pretender ser la fuente de energía del mundo y mucho menos mostrarte fuerte y vencedora todos los días cuando no todos los días son iguales. Esa no es la vida real. Comparto este texto porque sé que muchas nos sentimos así, porque muchas aparentamos que estamos bien todos los días y nos inventamos mil excusas para justificarlo: los hijos, la familia, la empresa, el esposo, el novio, el amigo, o lo que sea, siempre nos posponemos. Siempre encontramos “algo” para aparentar y ser fuertes.
Que nuestras causas no nos impidan sentir, que nuestras causas no nos obliguen a aparentar algo que no somos. No estamos en competencia. Somos mujeres, sentimos de manera distinta y vivimos mirando al mundo de formas diferentes. No nos presionemos, no nos forcemos a estar siempre bien. Normalicemos hablar desde la vulnerabilidad. Permitámonos eso.