Mientras miro a mi hija crecer, hay niñas que son vendidas como esclavas sexuales.
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Cada mañana, antes de lavarme los dientes y cambiarme de ropa, el espejo me enfrenta a una mujer a la que solo yo puedo ver.
Que nadie se engañe: la televisión es un negocio que debe ajustarse a las demandas del público para sobrevivir.
Es una locura mundial porque lo puedes jugar alrededor del planeta, aunque Siria parece borrada de tal planeta por la mano criminal de la indiferencia.
Admito que llega un momento en la vida de una mujer en el que acabamos confundiendo la prudencia con el silencio.
Cuestionamos con dureza el hecho de que una profesora sea muy estricta, cuando muchos tuvimos profesores durísimos y aquí estamos.
Cría fama y échate a la cama, dicen, y yo había dejado que mi colchón se llene de leyendas de brujas que despiden a los talentos de pantalla sin un ápice de remordimiento.
He sido testigo de cómo las religiones, cualquiera de ellas, no aman a todos por igual, sino a unos más que a otros. Es amor con condiciones. Es discriminación. ¿Pero quién soy yo para vetar una religión para mi hija?
Es muy difícil explicarle el concepto de la guerra y la muerte a un niño. Aún más difícil es desenredar las causas de la injusticia y la indiferencia.
También deben saber lo que sucede bajo la superficie. No solo el estigma de los ataques terroristas sino el hambre, la soledad y el olvido que viven millones de seres humanos.
Cuando decidimos tomar un rumbo distinto, cuando decidimos olvidar, no hay marcha atrás… y eso fue lo que sucedió con mi vida laboral hace casi un año.
No se ama lo que no se conoce, y ningún ejercicio es tan liberador como mirarse hacia dentro y decir en voz alta lo que ves, sin miedo a nada.