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No quiero parecer cansona o pasar de «políticamente correcta», pero debo decir que hemos perdido las ganas de hablar, el ánimo de conversar y la capacidad de escuchar.
Nos hemos convertido en seres que queremos ser escuchados pero no queremos escuchar a nadie. Tenemos tantos medios para expresarnos y tan pocos para escucharnos que llegamos a creer que solo lo que nosotros decimos o pensamos es lo correcto. Un monólogo tras otro hace que escuchar sea una pesada obligación.
En estos días de campaña política, en los que “todo vale”, las redes sociales se convirtieron en tierra de nadie: trolls y no trolls lanzando calificativos fuera de contexto y de toda realidad. Nadie escucha a nadie y ni siquiera los candidatos a la presidencia quisieron escucharse. Desde la cima hay una guerra de descalificación que baja hasta las conversaciones y reuniones entre amigos. Rara vez te sientas a escuchar los puntos de vista de los demás y los aceptas como tales. En lugar de eso, soltamos todo lo que se nos viene a la cabeza en el teclado del celular.
¡Ay del que se atreve a cuestionarnos! Seguro es un idiota, tonto, bobo o sin criterio… y no solo en el plano político sino en el de las convicciones religiosas, sexuales, morales. No conversar es no respetar el derecho de los demás a decidir, a hacer, a pensar y a vivir. Y nos negamos a escuchar siquiera a quien opine distinto, porque asumimos que esa persona está equivocada. “No creo en Dios”, «acepto el aborto”, “soy gay”, son frases que te convierten prácticamente en un inmoral, así que callas.
Ese silencio nos somete y nos deshumaniza. Nos convierte en una sociedad virtual, de doble moral, de personas que piensan una cosa pero dicen otra para “estar en lo correcto”. Ese silencio que criticamos cuando hay injusticias, cuando las sentencias son absurdas, cuando mueren niños en guerras o mujeres maltratadas; ese silencio que muchas veces juzgamos se ha instalado entre nosotros, y es el resultado de nuestra falta de tolerancia y nuestra incapacidad para aceptarnos. El resultado de no saber conversar cara a cara, como si no hubiese internet.
Lo veo a diario, me cuesta muchas veces entender la forma de pensar de los actores, las formas de actuar de mis compañeros y también he preferido no saber cuáles son sus posturas. Por eso este escrito es un aprendizaje para mí también, una invitación a ser más tolerante. Si no me gusta o no estoy de acuerdo, no lo acepto pero lo respeto. Si quiero hablar, expongo mi punto de vista, porque callar es una demostración de sometimiento.
La comunicación es la base de toda sociedad. La democracia está sostenida en la libertad de expresarse, pero también en escuchar las expresiones de otros. No pidamos lo que no estamos practicando. En esta era de sobre-comunicación hay que rescatar el respeto y la tolerancia para que podamos vivir en paz.