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19 octubre, 2016

Maldita envidia

Amor
Maldita envidia

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De todas las sensaciones o sentimientos negativos que un ser humano puede sentir creo q la envidia es la más dañina. No solo porque la envidia mata, sino porque la envidia se esconde. Todos quieren disimularla, taparla…nos avergüenza. Nadie confiesa ser envidioso. Nadie ha sentido envidia jamás.

En mis 35 años de vida y mis 18 como profesional no he visto envidia sana o buena. ¿Cuántas veces hemos dicho “te tengo envidia sana”? Yo lo he hecho muchas veces, pero me atrevo a decir que no existe. Porque sigue siendo envidia desear lo que tiene el otro, ese algo que tú no puedes tener. Esa frustración no puede ser sana y mucho menos buena.

Camino, trabajo y comparto espacios con gente envidiosa. Ese tipo de personas que solo anhelan lo que tú tienes o has logrado. Por ínfimo que sea, por más sencillo que parezca. Son personas que no soportan que te rías, que te vaya bien o que seas feliz. No les gusta tu tranquilidad y tu manera de ser ante la vida. Son gobernados por el ego, hablan con argumentos falsos. Emiten juicios para minimizar al otro y aplastan sus fortalezas, porque para ellos son amenazas. Van por la vida con cargos de papel pero con el autoestima destrozada. Viven resentidos, inconformes porque buscan admiración y terminan despreciándose a sí mismos. Se muestran tal como son sin darse cuenta, emanan odio y ese mismo odio lo reciben de vuelta. Se construyen su verdad y viven ciegos en ella. Esa ceguera no los deja tener paz.

El único deseo del envidioso es no ser quien es. El envidioso se odia a sí mismo porque no consigue lo que tiene el otro, y odia al otro porque él no lo tiene. El envidioso no tiene paz ni éxito plenos. La envidia lo deja solo y lo enferma emocional y físicamente.

Veo a diario personas que desacreditan a otras, que minimizan a otras porque tuvieron una idea que a ellos no se les ocurrió, porque los ven como una amenaza o porque son más jóvenes, más flacas; rubias, morenas, jefes, compañeros, aniñados, humildes, en fin… Siempre hay un pretexto para desacreditar al otro. Siempre hay un argumento para justificar la envidia.

La envidia se fundamenta en la pobreza del alma y en lo tortuoso que resulta para algunos no lograr los objetivos. Un ego exacerbado puede ser el mejor amigo de la envidia. El resentimiento por el fracaso propio te lleva a vivir mirando los defectos de los demás y, si los encuentras, usarlos para atacarlos. Admitiendo nuestras propias limitaciones, con humildad, podemos detenerla antes de que nos envenene.

Es un mal que se ve venir. Es un mal que se puede evitar. Cuando la sientan, identifíquenla, contrólenla y déjenla ir. Paz y humildad es lo que necesitamos para acabar con ese demonio interior, y para reconocernos en el otro como lo que somos: seres imperfectos.

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